domingo, 4 de septiembre de 2011

El poder de la democracia

(Discurso pronunciado en Miraflores Toastmastes)

En estos días hay un negocio que prospera en todo el mundo: las oficinas de empleo.
Y si antes acudían a estas agencias empleadas del hogar, chóferes y jardineros, hoy forman la cola profesionales calificados, MBAs, ejecutivos, ingenieros. Gente como nosotros.
Es la crisis económica. El fantasma de la crisis mundial que emergió de un jueves negro en la bolsa de valores de Nueva York.
George Marshall, el reconstructor de Europa después de la segunda guerra mundial, solía decir que la democracia había salvado al mundo y que la democracia era la fuerza vital para el progreso ilimitado de la humanidad. Y así fue hasta hace poco tiempo.
Entonces, ¿qué es lo que pasó? ¿Cuál es el mal que amenaza ahora a nuestra civilización, erigida sobre los firmes pilares de la democracia y el bienestar común?
La respuesta nos viene por boca de un famoso personaje. Un personaje con amigos claves en los bancos, fondos de inversión, agencias calificadoras y el gobierno.
Un personaje acostumbrado a quebrar empresas y despedir trabajadores para obtener ganancias. Y no, no estoy hablando de Gordon Gekko en la película “Wall Street”, sino de Ivan Boesky,
multimillonario agente de bolsa condenado por fraude y encarcelado, y cuya vida real inspiro el personaje de ficción de Gordon Gekko. 

En una de las audiencias Ivan Boesky declaró: "No hay nada malo en cuanto a la codicia. Yo quiero que ustedes sepan esto. Yo creo que la codicia es sana. Se puede ser codicioso y aun así estar bien con uno mismo”.
Así es queridos amigos, la codicia de unos pocos banqueros, la insaciable codicia a la que Dante Alighieri describe purgando su pecado en el quinto círculo del infierno, es el peligro, el verdadero peligro contra nuestra civilización.
Y si la codicia está conduciendo al mundo a la anarquía, lo más grave de la situación es que a nosotros, los ciudadanos que la padecemos, nadie nos ha preguntado cómo arreglar este desastre.
Los presidentes, bancos, financieras y teóricos más importantes del planeta se han reunido en cumbres internacionales y nos han alcanzado una receta.
Una receta amarga y obligatoria: disminución de puestos de trabajo, menores salarios, menores servicios de salud y educación, y mayores impuestos.
Y una colosal cifra de dinero para el salvataje del sistema financiero.
Pero tal vez, quien sabe, la solución, la luz al final del túnel, no sea esa y más bien se encuentre en uno de los lugares más remotos y fascinantes del planeta. Exactamente en el círculo polar ártico.
Pero, no, no estoy hablando de Superman, sino de Islandia.
Islandia es un país que posee una de las democracias más antigua y sólidas del orbe, un país con tanta igualdad que uno se puede topar con el mismísimo presidente en el transporte público o conversar directamente con los parlamentarios, a la hora del almuerzo, en el cafetín de la esquina, sobre los problemas de la comunidad.
¡La hermosa Islandia!, hasta hace unos pocos años era un país con una sociedad moderna, con un desempleo de tan solo el 1%. Con la menor tasa de mortalidad infantil y la mayor de educación. Con la menor cifra de delincuencia y la mayor en crecimiento económico.
Un lugar donde, por las tardes, las familias se recogían a sus hogares sintiéndose seguras y confiadas en el futuro.
Tal vez ustedes estén pensando que yo exagero, sin embargo, en el 2007 la ONU la declaró “El país más feliz del mundo”.
Pero los islandeses se descuidaron y olvidaron lo más importante: su tradición democrática. Olvidaron gobernarse a sí mismos y pusieron su país y su democracia en manos de gobiernos corruptos y banqueros especuladores, y de esta manera, para el 2008,
debido a la crisis internacional, Islandia estaba en quiebra. Estuvo tan mal la cosa que en las calles de Reikiavik, su capital, se decía que la corona valía menos que el dinero del monopolio.
Todo lo que les he contado hasta ahora tiene un color trágico, para Islandia y para el mundo, pero la historia no acaba aquí, lo que sigue es una luz de optimismo, un hecho esperanzador.
Mientras EE.UU. y la Comunidad Europea parecen ir directo a un abismo, mientras los gigantes de esta tierra se tambalean bajo el peso de sus finanzas sin control, Islandia se está recuperando. El año pasado su PBI creció en 4%, uno de los más altos en el mundo, de hecho más que el de EE.UU. o Japón, y los porcentajes de desempleo y pobreza se han reducido muchísimo. Hoy los islandeses nuevamente empiezan a sonreír en las calles, y por las tardes las familias vuelven a recogerse a sus hogares con esperanzas renovadas.
¡Esto es maravilloso, casi mágico! ¿Cómo lo lograron? ¿Con una fabulosa cifra de rescate para su sistema financiero, tal vez?
¡No! Lo hicieron poniendo a funcionar la democracia.
Ante la pretensión de que el estado pague la deuda privada de los bancos, los islandeses se pusieron de pie, tomaron las calles y protestaron enérgicamente.
En esa tierra donde florece una de las democracias más antiguas y sólidas del planeta, los ciudadanos vía referendo hicieron dimitir a un gobierno incompetente, dejaron que los bancos quebraran y luego los nacionalizaron, enviaron a la cárcel a los banqueros irresponsables, y decidieron, por un abrumador 95% de votos, no pagar la deuda que los bancos habían contraído.
La democracia salvó a Islandia.
¡Exacto, la democracia! El poder de la democracia real.
Mientras la gran ola de la próxima crisis mundial crece y crece a nuestras espaldas y amenaza con hacer naufragar el sistema económico mundial, y mientras los culpables de la crisis (los gobiernos y los banqueros) nos repiten sin cesar: ¡Los banqueros primero, los ciudadanos después!, Islandia es un ejemplo de que otra salida es posible. Y que la base fundamental, irremplazable, irrenunciable de esa salida es la democracia, porque las naciones deben ser gobernadas por la voluntad de sus ciudadanos y no por la codicia de los financistas inescrupulosos, los Ivan Boesky de este mundo.
De manera que, amigos, la lección de Islandia para el mundo es muy sencilla: ante la crisis, fortalezcamos la democracia; ante la imposición, antepongamos la democracia. La codicia es de unos cuantos; la democracia, de la mayoría. La codicia nos divide; la democracia, nos une. La codicia produce desempleo y sufrimiento; la democracia, prosperidad y felicidad.

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