sábado, 9 de junio de 2012

Caminar abriendo senderos

(Discurso pronunciado en Miraflores Toastmasters)

Cuando por la noche, en la cima de la montaña, veo pasar una estrella fugaz, siempre pido el mismo deseo: si después de esta vida pudiera tener otra, que esa sea como la que disfruto ahora.

Y no me refiero a que me acontezcan las mismas anécdotas, o que me gusten las mismas canciones, o que conozca los mismos lugares; ni tampoco a que mi vida actual esté exenta de dificultades, fracasos y penas, sino a que lo que sea que tenga que afrontar lo haga con el misma ímpetu y las mismas ganas de siempre. Como aquellas que me embargan cuando asciendo una montaña.


Fue en mi adolescencia que surgieron en mí las dos grandes pasiones de mi vida: el trekking, palabra esta que significa algo así como “caminar abriendo senderos”, y mi profesión.

Soy ingeniero industrial, y hace siete años que me dedico a jefaturar proyectos informáticos. Me apasiona mi carrera porque siempre hay algo nuevo que aprender y está llena de oportunidades para aquellos profesionales con la capacidad y las ganas de probarse ante nuevos desafíos. Como cuando, al pie de la cordillera, uno tiene ante sí una ruta aún no explorada.

En mis años universitarios, el área de sistemas era un territorio sin senderos ni mapas. Recién empezaban a llegar las PCs y los lenguajes de programación eran muy elementales. Su aplicación era entonces solo una proyección futurista, un destino ignoto en espera de espíritus pioneros. 

Como jóvenes soñadores y cargados de entusiasmo que éramos, fue natural que nos embarcáramos en la aventura de crear las primeras aplicaciones prácticas para este nuevo paradigma: control de inventarios, contabilidad, puntos de venta. Explorar, aprender, dedicar horas y horas a hacer y rehacer sin que decayera el optimismo, fue lo que aprendí de aquellos años. 

Las caminatas las empecé por mi carácter introvertido, pero a la vez aventurero. No se me daban los deportes intensos. En los senderos, en cambio, rodeado de los suaves sonidos de la naturaleza, encontraba la ocasión perfecta para disfrutar de la paz y la belleza que me rodeaban. Y por las noches, contemplando el cielo estrellado, el momento ideal para meditar sobre la inmensidad de la vida y mi destino.

El trekking me ha dado espléndidos amigos y amigas. Y es que allá, en las quebradas de la sierra, superando las trochas polvorientas, las paredes de granito, los abismos insondables, el calcinante sol y el frío glacial, el trabajo en equipo forja silenciosamente amistades perdurables.

Cuando asumí mi responsabilidad como jefe de proyectos, esta capacidad que aprendí de ver a la gente que me rodea no como competidores, sino como colaboradores de un mismo equipo fue fundamental. Y es que, aprovechar las potencialidades de cada integrante y respetar sus falencias son importantes para alcanzar cualquier meta, sea esta un nevado o un nuevo sistema informático.

En el presente, mi trabajo me sigue motivando con retos nuevos: proyectos más grandes, nuevas tecnologías y tal vez una maestría. Y por otra parte, me he propuesto seguir probándome a mí mismo en deportes de aventura como el parapente, el canotaje, el puenting, y otras actividades igualmente excitantes, como esta: la oratoria.

¿Y el Trekking? Bien, en cuanto al trekking, les quiero confiar que uno de los destinos que me seduce cada vez más es hacer la expedición al lugar en el que cayó el avión Uruguayo, en el corazón de los Andes del sur. La imagen de decenas y decenas de cumbres inhóspitas emergiendo entre las nimbos, a los pies de Nando Parrado, siempre será un desafío inspirador y una lección de vida.
Y si hoy alguien me preguntara, ¿deseas más de esto? Yo respondería sin dudar que sí; que he tenido la felicidad de vivir una época de grandes retos y de grandes oportunidades, y que deseo permanezca en mí el ímpetu por llegar hasta la cima de la montaña, y continuar la conquista del nuevo horizonte.

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