sábado, 9 de junio de 2012

El sentido de la vida

(Discurso pronunciado en Miraflores Toastmasters)

El 5 de enero de 2009, un hombre transpuso la barrera de seguridad en una estación de trenes y se suicidó arrojándose a las vías.

Adolf Merckle, el quinto hombre más rico de Alemania, estaba pasando por un cuadro de angustia y depresión agudas tras perder el treinta por ciento de su fortuna a causa de la crisis económica. En una nota dejada a sus familiares confesó: “La vida ya no tiene sentido para mí”.

El quinto hombre más rico de Alemania se suicidó porque había perdido dos mil millones de dólares... ¡Pero aún le quedaban cinco mil millones!

Amigos Toastmasters, apreciados invitados... Hoy, quiero invitarlos a hacer un viaje, un viaje a través del tiempo, que se inicia en los albores de la humanidad para descubrir juntos ¿qué hemos venido a hacer aquí?, ¿de qué se trata la vida?

Hace 200 000 años los homo sapiens aparecieron sobre la faz de la tierra. En un perdido rincón de África, aquellas pequeñas e indefensas criaturas lograron sobrevivir al acoso de fieras implacables, reuniéndose en pequeños grupos para ayudarse y protegerse mutuamente. Luego, intercambiando experiencias, descubrieron el fuego y aprendieron a fabricar herramientas de piedra, y con este conocimiento, siempre en grupos, apoyándose solidariamente, migraron y conquistaron tierras cada vez más distantes e inhóspitas.
Hace 10 000 años, ya formando tribus de numerosos individuos, aunando esfuerzos, aprendieron a cultivar la tierra, a domesticar el ganado,  y, en el medio día de la humanidad, llevaron a cabo la mayor revolución de todos los tiempos: el paso de la barbarie a la civilización.

Desde entonces, en un esfuerzo común, miles, millones de hombres han creado culturas esplendorosas, inventado la ingeniería, construido imponentes ciudades, derrotado a las enfermedades. Y, con la contribución de mentes y esfuerzos de una diversidad de naciones, han fabricado maquinas extremadamente complejas para cruzar los océanos, los cielos y explorar el espacio.


La historia del hombre es la historia de una criatura insignificante que gracias al esfuerzo en común, la ayuda mutua, se convirtió en el rey de la creación. 

Y es también la historia de su búsqueda de la felicidad a través de sentirse útil a los demás. 

Todos los pueblos del mundo, de todas las épocas, han conocido y conocen esta gran verdad. Por ello, han elevado siempre a la condición de vida ejemplar a aquellos individuos cuyos esfuerzos contribuyeron al bien común.


¿Por qué recordamos con gratitud a Louis Pasteur? ¿Porque acumuló mucho dinero o porque dedicó años a descubrir la manera de crear vacunas contra todo tipo de enfermedad?


¿Por qué los indios llamaban Mahatma –alma grande– a Gandhi? ¿Porque tenía una gran mansión? ¿O, tal vez, porque vestía ternos Gucci?

“Amando a los demás descubriréis el sentido de la vida”, nos enseñó su santidad Juan Pablo II, y esto es plenamente cierto, porque amar significa también dedicar, desinteresadamente, parte de tu vida a ser útil a la sociedad.

Adolf Merckle, en cambio, vivía solo para sí y para su obsesión; por ello, al perder una fracción de su dinero, se sintió vacío y sin más razón para vivir. Él fue un producto de nuestra sociedad presente: egocentrista, codiciosa y superficial, que son lo opuesto al sentido de la vida. 

Hoy, en las universidades el énfasis de las profesiones ya no es tanto el ayudar, sino el ganar dinero. En las empresas las “charlas motivacionales” se centran en exacerbar la competencia: por un puesto de trabajo, la riqueza o el estatus social.

Pero, para suerte nuestra, en todas las épocas de la historia, cuando los hombres perdieron el rumbo, ha habido espíritus que nos han dado hermosos ejemplos de dedicación a los demás.


Por la década del cincuenta, la poliomielitis mataba o dejaba inválidas a miles de personas, en su mayoría niños, en todo el mundo. Quien desarrollara una vacuna se haría millonario. El Dr. Jonas Salk, después de siete años de arduo trabajo, lo consiguió en 1955. Cuando en una entrevista televisiva le preguntaron quién poseía la patente, el Dr. Salk, con una sonrisa, respondió: "No hay patente. ¿Se puede patentar el sol?” Todos esos años de esfuerzo eran su regalo para la humanidad.


Ahora que el homo sapiens, continuando su travesía a través del tiempo, sueña con viajar a las estrellas. Recuerda siempre las palabras del físico que revolucionó nuestro conocimiento del Universo, Albert Einstein: “Solamente una vida dedicada a los demás merece ser vivida”. Esta, mi querido amigo, ha sido y será siempre la respuesta al sentido de la vida.

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