lunes, 18 de junio de 2012

Un paso hacia la aventura

(Discurso pronunciado en Miraflores Toastmasters)
Imagina por un instante… un radiante verano en el sur de Alaska. Imagina… que eres un joven gansito que ha nacido en aquel lugar.
Te encuentras a gusto ahí, al lado de tus padres, tus hermanos, tus amigos. Pasas los días jugando y no tienes que preocuparte por el alimento o por el frío.

Y de pronto, un buen día, al final de aquel verano, se produce un gran barullo en la bandada. Todos empiezan a hablar de viajar al sur. Las chicas se acicalan, los padres hacen las maletas, y tú, en medio de aquel bullicio, solo atinas a preguntar: ¿pero qué está pasando?, ¿por qué tanto alboroto? Entonces, el abuelo ganso te responde: “Es la migración hijo, llega el invierno y debemos dejar esta comarca”.
Unos días después te encuentras en el maravilloso viaje hacia el sur. Surcando un cielo claro y radiante, con fuertes vientos.

Mientras escuchas el aleteo de la bandada a tu alrededor, bajo tus alas se abre un inmenso mar azul sin fin, en el que, de cuando en cuando, resoplan las ballenas y saltan los delfines.
Has dejado el hogar en el que te sentías seguro. Has abandonado tu zona de confort para adentrarte en tu zona de libertad.
Nosotros, ustedes y yo, al igual que todo ser vivo en el planeta, tenemos una zona de confort. Un lugar cálido en el que todo es fácil y sencillo. Este es un espacio físico: tu casa, tu barrio, tu trabajo, pero también es un espacio emocional en el que nos sentimos bien.

Pero ¡cuidado! Llamarle zona de confort a ese perímetro dentro del cual nos sentimos cómodos y seguros es engañoso. Solo piensa en esto, ¿qué le sucedería al joven gansito si se negara a migrar con la bandada? ¡Pues moriría de hambre!, ¡y de frío! Su llamada zona de confort se convertiría en su tumba.
En efecto, ese lugar en el que tenemos todo bajo control, ese lugar que nos da paz. Sí, ese lugar al que todos aspiramos, con el paso del tiempo, poco a poco, se va convirtiendo en nuestra cárcel, en la tumba de nuestra alegría de vivir.
¿No queremos esto verdad? Pues entonces tenemos solo una opción: salir de ahí. Dejar atrás nuestra zona de confort y explorar nuestra zona de libertad.
Y una manera efectiva para salir de esta zona rígida es encontrarle gusto a la aventura, a lo nuevo.
¿Sabías qué cuando aquel gansito de nuestra historia supo que tenía que abandonar su hogar tuvo miedo, mucho miedo? Decenas de preocupaciones se le vinieron a la cabeza, y finalmente, todo tembloroso, preguntó: “Pero abuelo, yo nunca he salido de este lugar, ¿cómo se hace?” Y el abuelo, lleno de sabiduría, le respondió: “Te voy a dar tres pequeños consejos que te ayudarán a superar tus temores y a encontrar tu camino hacia la libertad”.
Primero: Da el primer paso
Hace varios años, los fines de semana los dedicaba enteramente al ocio,  al puro y simple descanso, a tal punto que me aburría, me sentía inútil; me había empantanado en mi zona de confort.
Entonces una amiga del trabajo me invitó a practicar trekking. ¿Qué?, dije yo, caminar tres o cuatro horas seguidas en medio de un paisaje árido, ¿qué placer puedo encontrar yo en eso? Así que no seguí el consejo de mi amiga.
Solo años después, el hastío era tan grande que me anime a intentarlo. Recuerdo la primera vez; me recuerdo subiendo a la Custer junto al resto del grupo. En ese momento, literalmente, di el primer paso hacia una aventura que aún continúa hoy día. 
He conocido muchos amigos, paisajes, lugares históricos; me he perdido a tres mil metros de altura; he acampado alrededor de una fogata, y he superado mis límites físicos y emocionales como nunca creí que pudiera hacer.
Cuando te decides a dar el primer paso, recuerda que no es preciso que tal paso sea largo, arriesgado ni irrevocable. Ni siquiera es necesario que vaya hacia una meta determinada. Eso sí, para que nos llene el corazón con la jubilosa emoción de los descubrimientos, debe ser un auténtico punto de partida hacia una tierra inexplorada.
Segundo: Un paso nos lleva a otro
Muchas veces lo que para nosotros tiene la apariencia de ser solo un pasatiempo puede abrirnos las puertas de una vida nueva, llena de posibilidades.
Mi madre trabajó toda su vida hasta los sesenta y cinco años, incluidos sábados y domingos. Su existencia entera era el comercio.
Cuando dejó su negocio en manos de mi hermano, se estuvo alegre por un tiempo, pero luego empezó a sentir nostalgia por su vida pasada, se aburría, quería volver a trabajar.
Entonces, un día, mi hermano recordó que ha a ella siempre le gustó la música y tuvo la genial idea de regalarle un órgano electrónico. Ella dio el primer paso y empezó a practicar. Al cabo de unas semanas ya leía la música de un pentagrama.
Al principio tocaba solo para nosotros, pero pronto también estaba tocando en cada actuación del colegio de su nieta.
Con el tiempo, se hizo de un grupo de amigas que la llamaban siempre a sus reuniones para disfrutar unos minutos de este don que había logrado con una gran dosis de voluntad y fe en sí misma.
En sus últimos años la vimos siempre feliz de sentirse útil y ser querida por tantas personas.
Un paso nos lleva a otro, y este al siguiente, y así recorremos distancias que nos habría parecido imposible de salvar.
Tercer: Si un camino se cierra, sigue otro
Hace cuatro años perdí mi trabajo como analista-programador en una conocida empresa. Los días pasaban y luego las semanas y luego los meses. Me preocupaba en demasía.
Entonces, un día que estaba cavilando en mi situación, recordé que siempre había querido formarme en la gestión de proyectos y decidí que aquella era la oportunidad. Pero además tuve una idea descabellada: y que tal si viajo a Argentina y me capacito ahí.
Para hacer de la experiencia algo más osada todavía, decidí no viajar en avión, sino por tierra, haciendo escalas.
El resultado fue que conocí un sin número de personas, ciudades y paisajes. Crucé calurosos desiertos, verdes valles, quebradas hondas, mesetas extensas, cumbres de hielo permanente, pampas inmensas, y por fin, la cosmopolita Buenos Aires.
Fueron episodios memorables, y solo les estoy resumiendo el viaje de ida. En los tres meses que estuve por ahí me dedique a explorar la ciudad y me acontecieron muchas excitantes anécdotas que enriquecieron mi vida.
El camino a la aventura está siempre cerca. Empieza frente a nuestra misma puerta, a un paso de nosotros. Puedes empezar por lo que siempre quisiste hacer y siempre dejaste para mañana; o puedes embarcarte en un proyecto que desconoces totalmente; o puedes experimentar con tus emociones en los deportes de aventura, o con tu capacidad creativa para la pintura, la redacción… o la oratoria.
Eso sí, recuerda siempre que así como los gansos tienen que dejar atrás su terruño para encontrar, allende los mares, su libertad: las verdes y cálidas campiñas tropicales, todo lo que somos, todo lo que tenemos, todo lo que vale la pena en nosotros, lo hemos conseguido siempre con una porción de aventura, de arriesgarse.

Deja atrás tu zona de confort y extiende tus alas de libertad. Siente en tu interior radiar el cálido sol de la confianza en ti mismo y atrévete a cruzar océanos de aventuras y a descubrir que más haya de tus horizontes se encuentran territorios maravillosos y excitantes.

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