martes, 30 de julio de 2013

Un final impresionante 1/2

Todos hemos disfrutado un espectáculo de fuegos artificiales: la excitada multitud en rededor, bulliciosa, expectante. Entonces, el cohete asciende dejando una estela de chispas doradas en el moreno tapiz nocturno, y de pronto, ¡Pum!, ¡Pum!, vistosos ramilletes de destellos y colores que deslumbran a las propias estrellas.

Es el momento culminante de la celebración, las sonrisas afloran en las mejillas y perduran durante toda la noche hasta regresar a casa. Al día siguiente y en los próximos días el hechizo de las detonaciones y los resplandores volverán una y otra vez a impresionar nuestra mente con vívidas sensaciones, y su huella nemotécnica perdurará en nuestra memoria por largo tiempo después.

¿No te parece que sería ideal que este fuera también el efecto último de un buen discurso? Lamentablemente, en ciertas ocasiones solemos ser testigos de cómo algunos oradores terminan sus soliloquios como si desconocieran que es el efecto final hacia donde conduce la travesía de toda pieza de oratoria, como si en el punto más crítico se les acabara la pólvora. Una presentación impactante debe terminar emulando la quinta sinfonía de Bethoven: Fortissimo y Presto.

¿Por qué el postre va al final y no al principio de las comidas? Para que su exquisito sabor se imponga a todos los demás y así perdure en nuestro paladar. Es verdad, el postre solo no es suficiente para nutrirnos y sentirnos satisfechos, pero es la sensación más placentera que hace de una moderada comida un banquete. “Todo está bien si termina bien”, decía William Shakespeare, y el reconocido crítico de cine Nacho Gay va incluso más lejos al afirmar: “El cine es un poco eso: un buen final siempre salva una película mediocre”. De un modo equivalente, en una disertación es el final la parte que se impone, agrada y perdura en la mente del auditorio. Es ahí donde ponemos bien en claro nuestro mensaje y dejamos resonando la idea principal en los oídos del público.

Tú, al igual que yo, te habrás preguntado alguna vez: ¿pero, por qué no se logran excelentes finales?, ¿por qué muchas buenas exposiciones terminan chorreándose como helados derretidos? Según mi experiencia, las siguientes son las razones para ello:

1. porque el orador no está convencido de su propio tema;
2. porque el orador duda al momento de ubicarse en la posición de liderazgo;
3. porque se dejan a la improvisación y/o no se aprenden de memoria;
4. porque se desconoce la técnica para elaborarlos.

En este artículo voy a abordar el último aspecto, pues es el que más ayuda especializada requiere y del cual menos textos informados existen. Dado que cada tipo de discurso tiene sus peculiaridades y sería infructífero tratar de dar una receta aplicable a todos ellos, voy a concentrarme en una técnica sobresaliente para los discursos expositivos y persuasivos, las estrellas de la oratoria.

Como concepto general sobre la técnica para elaborar un buen final, debes saber que este es en realidad un segundo discurso, una especie de segunda edición de la exposición principal, una breve, que hace alarde de capacidad de síntesis y prominencia. Esto es, llegas hasta este instante luego de haber agotado todos los puntos planificados para el cuerpo de tu ponencia, ya no tienes más que decir, salvo un resumen nemotécnico de tu intención comunicativa.


Este segundo discurso debe ser elaborado como se hace con el adorno que va en la parte superior de una torta. ¿Has visto la forma de estos adornos? Tienen su propio y delicado diseño. Expresan en una figura estilizada el motivo de la reunión (un bautizo, un matrimonio, etc.). Los más elegantes no van embutidos directamente sobre la torta, poseen un pequeño pedestal que les da individualidad y jerarquía. Y el detalle más significativo de esta figura se encuentra en la parte más visible, en lo más alto. ¡Esta es la forma en que se deben elaborar todos los buenos finales de discurso!

La técnica que voy a mostrarte a continuación y que vamos a usar en la fabricación de ese exquisito adorno final para nuestras disertaciones consta de tres componentes: estructura, recursos retóricos y estilo.

La Estructura

El primer componente, la estructura, esto es, los bloques con los cuales vas a construir el remate de tu monólogo, consta de tres partes:

1. el momento (¿cuál es la situación actual? o ¿cuál será la situación futura?);
2. la solicitud (¿qué hacer?);
3. y la motivación (¿por qué?).

El primer bloque, el momento, es un recuento de las características principales y reveladoras de la situación actual (o futura) que hemos ido aludiendo durante nuestra disertación. A veces este recuento coincide con el resumen de los puntos tratados y a veces no, esto se debe a que nuestro interés en esta parte no es hacer recordar al público el recorrido panorámico de nuestra presentación, sino la base, el terreno, a partir del cual han florecido nuestros argumentos. Este recuento de la situación actual (o futura) es la justificación objetiva, racional, palpable, de la solicitud que vamos a hacer posteriormente. Veamos un caso: palabras de John Hendra en la ceremonia de inicio de la escalada del Monte Kilimanjaro como parte de la campaña de la ONU: “ÚNETE - Di NO para poner fin a la violencia contra las mujeres y las niñas”.

“Si bien los desafíos son muchos, con determinación como la que demuestran estos alpinistas, con una voluntad política y un compromiso fuertes como los demostrados por el Presidente Kikwete, y con una asociación eficaz como la que nos demuestran tantas personas hoy...”.

En el segundo bloque, la solicitud, se pide al público que haga algo: que asuma la validez de una idea o que adopte una actitud o que realice una acción. La solicitud es el objetivo del discurso. Todo el despliegue de energía previó se hizo con la mira puesta en llegar hasta aquí. Ej., John Hendra, loc. cit.: “¡Juntos podemos poner fin a la violencia contra las mujeres!”. O el famoso llamado de Jhon F. Kennedy el día de su investidura: "No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país".

En el tercer bloque, la motivación, se invoca el aspecto emocional del oyente. Es el argumento final destinado a tocar la fibra de su corazón, el argumento que liga los objetivos del país, la empresa, el club (o el grupo humano al que sirve el discurso) con los objetivos personales del individuo, fusionándolos. Ej., John Hendra, loc. cit.

“Como dijo una vez Mwalimu (Julius K. Nyerere, Primer Presidente de Tanzania), y cito: ‘Nosotros, el pueblo de Tanganica, queremos encender una vela y ponerla en la cima del Monte Kilimanjaro para que brille más allá de nuestras fronteras y dé esperanza donde había desolación, amor donde había odio, y dignidad allí donde había sólo humillación’... Todos tenemos la responsabilidad de mantener la vela ardiendo en la vida de las mujeres y las niñas, tanto en la cima del Monte Kilimanjaro como en todo el mundo”.

Y también está la arenga del político español Emilio Castelar por la abolición de la esclavitud: “¡Levantaos, legisladores españoles, y haced del siglo XIX, vosotros que podéis poner su cúspide, el siglo de la redención definitiva y total de todos los esclavos!”.

Los bloques constitutivos de la estructura no necesariamente deben ir en el orden expuesto, pueden variar de posición e incluso se puede elaborar un desenlace con dos secuencias de ellos. 

Los chinos inventaron la pólvora y los fuegos artificiales hace ya 2,000 años. Desde entonces el hombre se ha extasiado con esos finales espectaculares de chispas y colores. Ellos comprendieron sabiamente que la pólvora para crear esas cascadas de fantasía debía ser cualitativamente distinta a la que impulsa el cohete. Como oradores debemos aprender de la magnificencia de esta ciencia milenaria, usar la pólvora apropiada y lograr esos finales impresionantes propios de las mejores piezas de oratoria.

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