La noche del 3 de junio de 1992 me sentí
conmocionado al oír las palabras que una niña de doce años dijo por la
televisión. Su historia y su llamado avivaron un febril anhelo en cada uno de los
millones de televidentes ese día.
Cuando tenía diez años (mientras asistía a la escuela primaria), ella y sus amigos fundaron ECO (Environmental Childrens Organization), un grupo dispuesto a difundir el cuidado del medio ambiente entre los niños de su escuela.
Hacia enero del noventa y dos, acometieron con entusiasmo diversas actividades para recaudar dinero con la ilusión de asistir a la Cumbre de la Tierra de las Naciones Unidas, celebrada ese año en Río de Janeiro, Brasil; cinco mil kilómetros desde su hogar en Vancouver, Canadá.
Cuando tenía diez años (mientras asistía a la escuela primaria), ella y sus amigos fundaron ECO (Environmental Childrens Organization), un grupo dispuesto a difundir el cuidado del medio ambiente entre los niños de su escuela.
Hacia enero del noventa y dos, acometieron con entusiasmo diversas actividades para recaudar dinero con la ilusión de asistir a la Cumbre de la Tierra de las Naciones Unidas, celebrada ese año en Río de Janeiro, Brasil; cinco mil kilómetros desde su hogar en Vancouver, Canadá.
Su nombre era Severn Suzuki y lo que ahí dijo
ha quedado grabado en el corazón de cada persona que la escuchó. Fue un hermoso
discurso sobre el cuidado de la tierra y el futuro desde la perspectiva de unos
niños. El siguiente fue su mensaje final.
“No olviden por qué asisten a estas
conferencias, lo hacen porque nosotros somos sus hijos. Están decidiendo el
tipo de mundo en el que creceremos. Los padres deberían poder confortar a sus
hijos diciendo: ‘todo va a salir bien’, ‘esto no es el fin del mundo’ y ‘lo
estamos haciendo lo mejor que podemos’.
“Pero no creo que puedan decirnos eso nunca
más. ¿Estamos siquiera en su lista de prioridades? Mi padre siempre dice: ‘Eres
lo que haces, no lo que dices’.
“Bueno, lo que ustedes
hacen me hace llorar por las noches. Ustedes, adultos, dicen que nos quieren.
Los desafío: por favor, hagan que sus acciones reflejen sus palabras”.
Diez años después, Susuki escribió un
artículo para la revista Time en el cual expresaba: “Hablé durante seis
minutos y recibí una gran ovación. Algunos de los delegados, incluso lloraron”.
¿No te parece este un final perfecto? Cada
vez que leo estas líneas su mensaje emerge lozano, brillante, con carácter.
¿Cuál es su secreto? Susuki habló con palabras de verdad, con ardor, no fue
tibia, era una niña y no estaba atada por las cadenas de los convencionalismos.
En palabras de León Blum, histórico líder del partido socialista francés:
"El hombre libre es el que no teme ir hasta el final de su
pensamiento". Ir hasta el final de nuestras convicciones, eso es lo
que hizo Severn Suzuki al terminar su discurso y eso es lo debemos hacer
nosotros también.
En la primera parte de este artículo hemos
estudiado el primer componente necesario para escribir buenos finales: la
estructura; en esta segunda parte vamos a ver los otros dos: los recursos
retóricos y el estilo.
Los Recursos Retóricos
Veras que en su discurso, Suzuki usa varias
figuras retóricas: la pregunta: “¿Estamos siquiera en su lista de
prioridades?”; la cita: “Mi padre siempre dice: ‘Eres lo que haces, no lo que
dices’”; el reto: “Los desafío: por favor, hagan que sus acciones reflejen sus
palabras”. Con ellas, Suzuki logró que remontara hasta la gloria esa paloma de
la paz y la esperanza que es su invocación al mundo.
La cita poética también forma parte del
bagaje de recursos de elocuencia de todo orador sobresaliente, como esta del
poeta romano Horacio.
Feliz es sólo el hombre bien templado
que de hoy se hace dueño indiscutido,
que al mañana increparle puede osado:
“extrema tu rigor, que hoy he vivido”.
La anécdota, a veces seria, a veces jocosa, también
es de uso frecuente.
“Había una vez un hombre que se llamaba
Increíble. Se casó con una mujer a la que amó y le fue fiel durante muchos
años. Él, antes de morir, le pidió no pusiera su nombre en la lápida; así pues,
su mujer mandó colocar solo la siguiente inscripción: ’Aquí yace un hombre que le
fue fiel a su mujer durante sesenta años’. Cuando la gente leía esto,
exclamaba: ¡Increíble!”.
Los recursos retóricos son elementos
estilísticos del lenguaje que van embebidos dentro de la estructura. Estos recursos
son bien conocidos y los puedes hallar en diversas páginas Web. Entre los más
usados están: la anécdota, la cita célebre, la metáfora, la pregunta final, la
cita poética, el reto. Puedes colocarlos en cualquiera de los tres bloques
según tu parecer. Lo importante es darle un toque poético, elevado,
trascendente, a la culminación de tu parlamento.
El Estilo
Por último abordemos el elemento más sutil de
un buen final: el estilo.
Al escribir la conclusión de tu presentación,
como ya dijimos al inicio, debes hacerlo con una actitud especial, una actitud
convincente, arrolladora; con la personalidad de un líder. Durante tu elocución
has pasado por diversos estados emocionales interpretando el ritmo de tu
exposición: intriga, indignación, euforia, serenidad; es el momento de llevar
un poco de aire fresco a tus pulmones y hablar con autoridad, convicción y
visión de futuro. He aquí el estilo con el cual debes redactar el final.
- Identifica una o dos palabras clave en el cuerpo de tu discurso relacionadas con el tema y úsalas de manera destacada en las oraciones finales.
- Coloca tus afirmaciones en orden cronológico: pasado, presente, futuro (aunque no necesariamente deben ir los tres).
- No entres en explicaciones o detalles (esto frena el impulso que caracteriza a un buen final). Coloca una afirmación tras otra.
- Se afirmativo, contundente, no dudes, no seas tibio (“tal vez”, “algunos”, “puede ser”). Mientras más importante consideres tu mensaje, más universales y grandilocuentes deben ser tus palabras.
- La forma que adopten las ideas expuestas debe ser simple. Si lees los discursos famosos te sorprenderá el encontrar como la mayoría de ellos terminan con grandilocuencia, pero repitiendo lugares comunes.
- Presta especial atención a la última oración, y dentro de esta a las últimas palabras (es el detalle más expresivo en el adorno de la torta).
- No te detengas, no hagas pausas, a menos que sean dramáticas y estén planificadas. En una carrera, los competidores aceleran en los últimos metros; de la misma manera, tu ritmo, volumen y tono de voz (hacia lo agudo) deben ser ascendentes y terminar con un golpe de voz (un truco efectivo es articular bien cada silaba de las últimas palabras, sin separarlas).
- Y tres consejos finales: practica, practica, practica.
¿Cuándo es el momento apropiado para escribir
el final? Edgar Allan Poe, en su famoso artículo Método de composición,
nos da su fórmula: “Sólo si se tiene continuamente presente la idea del
desenlace podemos conferir a un plan su indispensable apariencia de lógica y de
causalidad... Todas las obras de arte deben empezar por el final”, y en el
mismo sentido se expresó el destacado orador romano Quintiliano, al aconsejar a
sus discípulos: “Desde el comienzo puede asegurarse el fin”. Puede ser que este
método te acomode, pero yo he encontrado que es mejor tener cierta
flexibilidad. Como aconseja el profesor de literatura de la Universidad Pompeu
Fabra de Barcelona, Daniel Cassany, en su popular libro La cocina de la
literatura: “Se puede o no tener una idea del final al iniciar una obra,
pero, en cualquier caso, más o menos a la mitad del proceso de su creación el desenlace debe estar ya definido”.
Cuando el Papa Julio
II le encargó decorar el techo de la capilla Sixtina a Miguel Ángel, esté,
absorto en la perfección de los detalles, se demoraba más de lo planificado,
así pues, el Papa, de temperamento apremiante e impaciente, lo visitaba
continuamente y le preguntaba: “¿Cuándo tendrás terminado mi techo?”, a lo que
Miguel Ángel replicaba con evasivas. Hasta que un día, el Papa, pareciéndole
suficientemente bueno el trabajo, le pidió que bajara del andamio y diera por
concluido el trabajo, a lo que Miguel Ángel, desde lo alto, sacando la cabeza
del andamio y limpiándose la pintura del rostro, contestó: “La capilla estará
terminada cuando yo quede satisfecho de sus cualidades artísticas”. El
resultado fue una de las obras de arte más bellas de todos los tiempos.
Muchos oradores ponen énfasis en diversas
partes del discurso: el planteamiento, la argumentación, el inicio, pero
descuidan de una manera lamentable el detalle más importante: el final. Para
pintar un fresco se requiere realizar varios pasos: hacer el dibujo en papel
calco a tamaño natural, colocar el revoque de cal, calcar el dibujo sobre la
cal, pintar las grandes áreas de color uniforme por capas y, finalmente,
colocar la última capa con los detalles más delicados. ¿Qué es lo que finalmente ve el público?, ¿la cal de la base, las capas de color uniforme, o la
pintura final y sus hermosos detalles? Cada una de nuestras piezas de oratoria
es una labor artística, hechas de una secuencia de partes o capas, y es la
última de ellas, el desenlace, la que apreciará nuestro público con mayor
deleite y recordará vivamente cuando haya olvidado todo lo demás. Hay que pulir
nuestros finales hasta que quedemos satisfechos de sus cualidades artísticas.
Como dice Christopher Witt, famoso profesor y coach de oratoria australiano: "Muchos oradores no necesitan introducción. Lo que necesitan son buenos finales".
Como dice Christopher Witt, famoso profesor y coach de oratoria australiano: "Muchos oradores no necesitan introducción. Lo que necesitan son buenos finales".
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