(Discurso de elogio)
Después de la independencia. Después de los laureles de la Victoria y mientras aún resonaban las sagradas promesas de Libertad y de Justicia, tiempos difíciles pasamos los peruanos cuando nuestro rico y vasto territorio se encontró subyugado y exprimido por una oligarquía gamonal, oscurantista, abusiva y reaccionaria.
Tiempos difíciles pasamos los peruanos cuando, arreciando los males, fuimos impelidos a una guerra alevosa y desigual con Chile. Cuando vimos mutilado nuestro territorio, saqueado nuestro patrimonio y segada la flor de nuestra juventud.
Pero más difíciles fueron los tiempos, cuando los conductores de la nación se deshonraron conformándose con la derrota, se degradaron con la mediocridad y se envilecieron con la corrupción.
Tales fueron los tiempos del ocaso de nuestra primera República.
Más, desde lo profundo de aquella noche, y para redención de nuestro pueblo, irrumpió, como un relámpago de patriotismo, como un trueno vindicativo, la voz ilustre de Don Manuel Gonzáles Prada, el primer peruano moderno, prócer del Perú contemporáneo.
De cuna aristocrática, pero de conciencia popular, por elección poeta, pero por necesidad histórica conductor político, con su pensamiento y osadía de vanguardia, introdujo por primera vez en nuestra realidad, desde una posición moderna, temas como el indigenismo, el feminismo, el laicismo, la ecología, el sindicalismo y la lucha por la jornada de las ocho horas. Con él, por fin se sintió un viento fresco en las rancias ciudades y caseríos virreinales sobre los que se había instalado la República.
Eximio ensayista y agitador de masas, ante las ideas anacrónicas, la actitud servil y la corrupción, llamó a romper “el pacto infame y tácito de hablar a media voz”; y a pesar de su origen aristocrático, fustigó a los poderosos sin ocultar ni uno solo de sus pecados, ni reservarse ni un solo vocablo de desprecio. En esta tarea, nadie antes que él mostró tanta entereza moral ni tanta agudeza intelectual ni tanto patriotismo.
En libros como Páginas Libres y Horas de Lucha, Gonzáles Prada, con prosa elegante y bruñida, y haciendo hervir el verbo y el corazón, convocó a unirse, por vez primera, a la juventud, a los intelectuales, a los trabajadores, ¡a las masas!, para realizar el cambio generacional; por que reconoció en ellos su inclinación natural hacia la intrepidez, la justicia, la democracia y el progreso.
José Carlos Mariátegui lo llamó “el primer instante lucido de la conciencia del Perú”, Federico More lo nombró “el precursor del Perú nuevo” y Cesar Vallejo, nuestro poeta universal, lo aclamó llamándolo “incorruptible bronce inmortal, egregio capitán de generaciones”.
Manuel Gonzáles Prada, esa imponente montaña granítica, erigida durante toda una vida a la ética, el optimismo y el patriotismo, vivió 74 años, pero aún en su avanzada edad, cuando la nieve cubría ya sus cumbres, fue siempre joven de espíritu, fue siempre volcán en erupción. Hoy, huérfanas de la vitalidad del hombre, sus ideas han envejecido, pero el supremo ideal que las impulsó se mantiene brioso y vigente. Y ese ideal, lo más sublime, lo inmortal en Gonzáles Prada, su herencia para la juventud del presente y del futuro, es su acto de fe inextinguible en la justicia, la ciencia y la grandeza del Perú.
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