“Cien años después, las personas negras todavía no son libres... Cien años después, la vida de las personas negras sigue todavía atenazada por los grilletes de la segregación... Cien años después, las personas negras viven en una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad material”, inflamaba, Martín Luther King, con potente discurso, el alma de Norteamérica en aquel ardiente verano del 63. Aquel día intenso, de luz y de verdades, se convirtió en la alborada de una nueva era para los Estados Unidos y el mundo entero.
Tan solo momentos antes, las encubiertas, pero colosales montañas de la segregación y la desigualdad se erigían inconmovibles y desafiantes, como lo habían sido durante más de un siglo para la población afroamericana. A medida que el Dr. King pronunciaba su sentida arenga, las chispas de su vehemente indignación hicieron estallar un polvorín que remeció una nación: "Tengo un sueño, que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero significado de su credo: ‘que todos los hombres han sido creados iguales’".
El habitualmente sereno Dr. King conocía el secreto para convocar a 250 000 personas de todos los rincones de EEUU, cohesionarlos y conducirlos a remover las infames montañas de la discriminación y la iniquidad: desde los albores de la historia, todo gran emprendimiento humano ha estado presidido por un discurso motivador.
Este secreto ha sido conocido y utilizado por todas las figuras prominentes de la historia para lanzar desafíos de conquista, así en la tierra como en el cielo. En “Elegimos ir a la Luna”, pronunciado el 12 de septiembre de 1962, John F. Kennedy lanzó el desafío que se imponía, y le imponía a todo el pueblo norteamericano, de conquistar nuestro satélite. Desafío concebido para convertirse en el propulsor del acelerado desarrollo científico, tecnológico y económico de los EEUU, y que haría de esta nación la potencia que es en el presente.
“Elegimos ir a la Luna en esta década. No porque sea fácil, sino porque es difícil. Porque esta meta, servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades.
“Porque este desafío es uno que estamos dispuestos a tomar. Un desafío que no estamos dispuestos a posponer. Y uno que pretendemos ganar.
“Y hacer todo esto. Hacerlo bien y hacerlo primero. Antes que termine esta década y porque debemos ser audaces”.
La alocución motivacional, inspiradora, es el catalizador espiritual, afirmativo y apasionado, que desvela grandes verdades yacientes ocultas ante nuestros ojos; cuyo vigor se extrae de la exaltación de valores sublimes y la búsqueda del bien común; que mueve a romper viejos esquemas con energía y convicción, y nos impele audazmente al asalto de horizontes inéditos más haya de nuestra visión.
¿Pero por qué un discurso inspirador? ¿Por qué no simplemente una exposición informativa, cerebral, de cifras exactas? Porque su necesidad imperativa de dirigirse al corazón de la audiencia brota de la misma circunstancia en la que se lo pronuncia: un momento crítico.
Movilizar a una nación a la conquista de su libertad, aunar esfuerzos para enfrentar una catástrofe, desterrar el individualismo para conseguir un logro deportivo, lograr las metas de un plan empresarial; en estas y otras circunstancias similares, los grupos humanos hacen frente a una encrucijada existencial: dejarse llevar por los acontecimientos o tomar las riendas de su devenir.
Las personas tienden a seguir haciendo lo que han hecho siempre, a redundar en las formulas consabidas. Se necesita un impulso externo, una locomotora poderosa para arrastrarlos por una vía nueva y excitante, “no porque sea fácil, sino porque es difícil” y “porque debemos ser audaces”. Y esta briosa máquina de tracción es el discurso de motivación.
Si en este momento te has sentido tentado a pensar: “yo no soy una briosa locomotora, esto es solo para oradores experimentados”. Pues te diré que los hechos son distintos. No es un requisito poseer la gravedad de un Martín Luther King o un John F. Kennedy para entusiasmar a tu auditorio; mas, sí necesitas conocer íntimamente tu tema y saber presentarlo de manera óptima para lograr el efecto deseado. El siguiente es un modelo sencillo, poseedor de un gran efecto y que puedes usar.
Muestra primero uno de tres escenarios:
1. una situación no deseada;
2. una situación deseada; o
3. una situación no deseada vs. una situación deseada.
Presenta el escenario de manera narrativa, de manera vívida, a través de una o dos historias ejemplares que se asemejen lo más posible a tu caso y al cambio que deseas promover.
A continuación expón por qué se debe evitar la situación no deseada y, en cambio, buscar el estado deseado (las razones morales, las consecuencias económicas y/o personales, etc.). Reutiliza la historia –o historias- que has contado y revela sus detalles ocultos como soporte a tus afirmaciones.
Luego, muestra un plan con ejemplos específicos de aplicación en tu organización. Este plan consiste en una lista de cosas por hacer (a veces es solo una cosa por hacer).
Y finaliza con seguridad y entusiasmo:
1. resumiendo el plan;
2. resumiendo los beneficios generales del plan;
3. arengando a la acción con una idea-fuerza (Queridos amigos, ¡apoyemos esta iniciativa de nuestro club y llevemos una sonrisa Toastmaster a los niños en esta navidad!).
¿Te parece una técnica sencilla? Pues claro, y por eso es muy efectiva. La han usado y usan líderes reconocidos como Lee Iacocca, Stephen R. Covey, Robert Kiyosaki y Bob Pike (puedes ver sus presentaciones en YouTube). Y la próxima vez que asistas a una charla en tu empresa tal vez te sorprendas al advertir que el expositor también la aprovecha.
Sin embargo, todo esto te resultará poco útil si no te agencias del elemento esencial de la elocuencia inspiradora, del combustible que hará bullir y sacudirse a la caldera de las emociones, capaz de mover toneladas de vagones enmohecidos e inertes: la pasión.
El orador incapaz de transmitir pasión por su tema solo producirá el resultado de la leña mojada: ninguna acción. "Sin pasión, no tienes energía, sin energía, no tienes nada. En el mundo no hay nada grande que se logre sin pasión", sentencia el exitoso Donald Trump.
La pasión verdadera, sincera, la que tú debes tener, es labor comprometida, emociones candentes vividas en carne propia, “una cuestión personal”, una entrega hacia afuera. Los medios más eficaces para contagiar pasión a tu auditorio son:
1. hablar desde un yo o un nosotros;
2. hablar desde un aquí y ahora;
3. hablar con afirmaciones y entusiasmo;
4. relatar historias personales dramáticas;
5. mostrar las consecuencias de no cambiar;
6. proponer acciones a emprender juntos.
Y, por supuesto, trasmitir tu vitalidad personal a través de tu voz y tus ademanes.
El mundo actual, con sus nubarrones y desalientos, que espera pasivamente en las oficinas y las calles que el éxito llegue como un milagro, que confía más en las finanzas y la tecnología que en el potencial humano, necesita de oradores y líderes que sepan inflamar el alma de sus equipos; que sepan apasionarlos, como antaño, en la conquista de grandes metas; que los llenen de fe en que pueden mover montañas.
El discurso motivador impulsó a las heroicas falanges de Alejandro, a las imbatibles legiones de Cesar, a las masas segregadas en pos de justicia y democracia, a los esmerados científicos y técnicos que llevaron al hombre al espacio, a los trabajadores que han hecho grandes a las naciones, al personal de las empresas innovadoras, a los equipos deportivos que se empinaron en el podio de los campeones.
En 1974, los Flayers, un modesto equipo de hockey sobre hielo de Philadelphia, que no había logrado trofeos significativos hasta entonces, logró alzarse con la afamada copa Stanley Cup de la NHL, la mejor liga profesional de hockey de EEUU y Canadá. Un año después, ante el asombro general, volvió a conquistar la codiciada copa abriéndose camino entre equipos campeones de larga trayectoria. Su coach, Fred Shero –hoy miembro del salón de la fama del hockey-, famoso por su exigente entrenamiento y sus vibrantes arengas antes de cada partido, hablando de la importancia de la motivación para sus jugadores, lo resumió en una frase magistral: “El éxito no se produce por combustión espontánea. Tú tienes que encenderte primero”.
Tan solo momentos antes, las encubiertas, pero colosales montañas de la segregación y la desigualdad se erigían inconmovibles y desafiantes, como lo habían sido durante más de un siglo para la población afroamericana. A medida que el Dr. King pronunciaba su sentida arenga, las chispas de su vehemente indignación hicieron estallar un polvorín que remeció una nación: "Tengo un sueño, que un día esta nación se pondrá en pie y realizará el verdadero significado de su credo: ‘que todos los hombres han sido creados iguales’".
El habitualmente sereno Dr. King conocía el secreto para convocar a 250 000 personas de todos los rincones de EEUU, cohesionarlos y conducirlos a remover las infames montañas de la discriminación y la iniquidad: desde los albores de la historia, todo gran emprendimiento humano ha estado presidido por un discurso motivador.
Este secreto ha sido conocido y utilizado por todas las figuras prominentes de la historia para lanzar desafíos de conquista, así en la tierra como en el cielo. En “Elegimos ir a la Luna”, pronunciado el 12 de septiembre de 1962, John F. Kennedy lanzó el desafío que se imponía, y le imponía a todo el pueblo norteamericano, de conquistar nuestro satélite. Desafío concebido para convertirse en el propulsor del acelerado desarrollo científico, tecnológico y económico de los EEUU, y que haría de esta nación la potencia que es en el presente.
“Elegimos ir a la Luna en esta década. No porque sea fácil, sino porque es difícil. Porque esta meta, servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades.
“Porque este desafío es uno que estamos dispuestos a tomar. Un desafío que no estamos dispuestos a posponer. Y uno que pretendemos ganar.
“Y hacer todo esto. Hacerlo bien y hacerlo primero. Antes que termine esta década y porque debemos ser audaces”.
La alocución motivacional, inspiradora, es el catalizador espiritual, afirmativo y apasionado, que desvela grandes verdades yacientes ocultas ante nuestros ojos; cuyo vigor se extrae de la exaltación de valores sublimes y la búsqueda del bien común; que mueve a romper viejos esquemas con energía y convicción, y nos impele audazmente al asalto de horizontes inéditos más haya de nuestra visión.
¿Pero por qué un discurso inspirador? ¿Por qué no simplemente una exposición informativa, cerebral, de cifras exactas? Porque su necesidad imperativa de dirigirse al corazón de la audiencia brota de la misma circunstancia en la que se lo pronuncia: un momento crítico.
Movilizar a una nación a la conquista de su libertad, aunar esfuerzos para enfrentar una catástrofe, desterrar el individualismo para conseguir un logro deportivo, lograr las metas de un plan empresarial; en estas y otras circunstancias similares, los grupos humanos hacen frente a una encrucijada existencial: dejarse llevar por los acontecimientos o tomar las riendas de su devenir.
Las personas tienden a seguir haciendo lo que han hecho siempre, a redundar en las formulas consabidas. Se necesita un impulso externo, una locomotora poderosa para arrastrarlos por una vía nueva y excitante, “no porque sea fácil, sino porque es difícil” y “porque debemos ser audaces”. Y esta briosa máquina de tracción es el discurso de motivación.
Si en este momento te has sentido tentado a pensar: “yo no soy una briosa locomotora, esto es solo para oradores experimentados”. Pues te diré que los hechos son distintos. No es un requisito poseer la gravedad de un Martín Luther King o un John F. Kennedy para entusiasmar a tu auditorio; mas, sí necesitas conocer íntimamente tu tema y saber presentarlo de manera óptima para lograr el efecto deseado. El siguiente es un modelo sencillo, poseedor de un gran efecto y que puedes usar.
Muestra primero uno de tres escenarios:
1. una situación no deseada;
2. una situación deseada; o
3. una situación no deseada vs. una situación deseada.
Presenta el escenario de manera narrativa, de manera vívida, a través de una o dos historias ejemplares que se asemejen lo más posible a tu caso y al cambio que deseas promover.
A continuación expón por qué se debe evitar la situación no deseada y, en cambio, buscar el estado deseado (las razones morales, las consecuencias económicas y/o personales, etc.). Reutiliza la historia –o historias- que has contado y revela sus detalles ocultos como soporte a tus afirmaciones.
Luego, muestra un plan con ejemplos específicos de aplicación en tu organización. Este plan consiste en una lista de cosas por hacer (a veces es solo una cosa por hacer).
Y finaliza con seguridad y entusiasmo:
1. resumiendo el plan;
2. resumiendo los beneficios generales del plan;
3. arengando a la acción con una idea-fuerza (Queridos amigos, ¡apoyemos esta iniciativa de nuestro club y llevemos una sonrisa Toastmaster a los niños en esta navidad!).
¿Te parece una técnica sencilla? Pues claro, y por eso es muy efectiva. La han usado y usan líderes reconocidos como Lee Iacocca, Stephen R. Covey, Robert Kiyosaki y Bob Pike (puedes ver sus presentaciones en YouTube). Y la próxima vez que asistas a una charla en tu empresa tal vez te sorprendas al advertir que el expositor también la aprovecha.
Sin embargo, todo esto te resultará poco útil si no te agencias del elemento esencial de la elocuencia inspiradora, del combustible que hará bullir y sacudirse a la caldera de las emociones, capaz de mover toneladas de vagones enmohecidos e inertes: la pasión.
El orador incapaz de transmitir pasión por su tema solo producirá el resultado de la leña mojada: ninguna acción. "Sin pasión, no tienes energía, sin energía, no tienes nada. En el mundo no hay nada grande que se logre sin pasión", sentencia el exitoso Donald Trump.
La pasión verdadera, sincera, la que tú debes tener, es labor comprometida, emociones candentes vividas en carne propia, “una cuestión personal”, una entrega hacia afuera. Los medios más eficaces para contagiar pasión a tu auditorio son:
1. hablar desde un yo o un nosotros;
2. hablar desde un aquí y ahora;
3. hablar con afirmaciones y entusiasmo;
4. relatar historias personales dramáticas;
5. mostrar las consecuencias de no cambiar;
6. proponer acciones a emprender juntos.
Y, por supuesto, trasmitir tu vitalidad personal a través de tu voz y tus ademanes.
El mundo actual, con sus nubarrones y desalientos, que espera pasivamente en las oficinas y las calles que el éxito llegue como un milagro, que confía más en las finanzas y la tecnología que en el potencial humano, necesita de oradores y líderes que sepan inflamar el alma de sus equipos; que sepan apasionarlos, como antaño, en la conquista de grandes metas; que los llenen de fe en que pueden mover montañas.
El discurso motivador impulsó a las heroicas falanges de Alejandro, a las imbatibles legiones de Cesar, a las masas segregadas en pos de justicia y democracia, a los esmerados científicos y técnicos que llevaron al hombre al espacio, a los trabajadores que han hecho grandes a las naciones, al personal de las empresas innovadoras, a los equipos deportivos que se empinaron en el podio de los campeones.
En 1974, los Flayers, un modesto equipo de hockey sobre hielo de Philadelphia, que no había logrado trofeos significativos hasta entonces, logró alzarse con la afamada copa Stanley Cup de la NHL, la mejor liga profesional de hockey de EEUU y Canadá. Un año después, ante el asombro general, volvió a conquistar la codiciada copa abriéndose camino entre equipos campeones de larga trayectoria. Su coach, Fred Shero –hoy miembro del salón de la fama del hockey-, famoso por su exigente entrenamiento y sus vibrantes arengas antes de cada partido, hablando de la importancia de la motivación para sus jugadores, lo resumió en una frase magistral: “El éxito no se produce por combustión espontánea. Tú tienes que encenderte primero”.
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